Código rojo

“Prisionero número 3227645,
preséntese a la sala de ejercicios,
este es el último aviso,
antes de repartir oficios”.

Mi nombre no siempre fue un número,
“Dietrich!” me grito un día mi madre,
cuando se la llevaron por la fuerza lejos,
llevo su apellido, pues desconozco mi padre.

Camino por el pasillo de celdas,
mi rostro es más pálido cada día,
no pruebo más que una cena,
apenas alimento para tener vida.

Me detengo frente al director,
dice que hoy me liberan de prisión,
pero antes me examinara el doctor.

Anestesiado por completo,
sueño con ver el cielo otra vez,
no sé qué le hacen a mi cuerpo,
tengo miedo de saber.

Desperté en la zona cero,
ya fuera de los muros,
como falto de llamas un infierno,
es el paisaje turbio.

Hay un nuevo código de barras,
tatuado en mi brazo derecho,
no recuerdo absolutamente nada,
de lo que dormido me hicieron.

Recorrí las ruinas de la ciudad,
buscando algún refugio,
un techo donde descansar,
que me protegiera de un diluvio.

Encontré un viejo bar,
que estaba de pie,
descubrí un cuarto atrás,
para alguien debía de ser.

La mañana siguiente,
fui en busca de comida,
de agua un torrente,
para mojar mis mejillas.

Camine por cuatro horas,
hasta que caí de rodillas,
mis piernas estaban flojas,
el Sol se burlaba y reía.

Perdí la noción del tiempo,
cuando abrí los ojos,
alguien me arrastraba como muerto,
y no actuaba solo.

“A donde me llevas?”,
pero no respondió,
algún lugar queda,
quizá de donde él salió.

Hicieron una fogata,
me dieron de comer,
me quitaron la amarras,
pero preferí no correr.

Uno de ellos era viejo,
el otro de mediana edad,
comían latas con puerco,
sus caras llenas de suciedad.

“No sabemos por qué te soltaron,
ni tampoco cuanto sobreviviremos,
tal vez te hayas escapado,
pero por ahora dormiremos”.

Por la mañana escuche motores,
nos ocultamos bajo abandonados camiones,
eran una docena de hombres,
todos armados y con uniformes.

Pareciera que con un aparato,
nos rastrearon hasta nuestro escondite,
a mis amigos les dispararon,
y al verme dijeron “Este vive”.

Corrí desesperado hasta una arboleda,
jadeando me deje caer por una cuesta,
casi me parto la cabeza en una piedra,
encontré una granja y abrí la puerta.

Fui sometido en cuanto di un paso,
me dijeron “Guarda silencio,
podría escucharnos algún soldado”.

Escuchamos pasos de botas pesadas,
sostuve mi respiración por varios segundos,
prefiero ponerme morado a ver sus caras.

Una eternidad se meció en unos instantes,
luego la tranquilidad volvió a la pradera,
“¿Haz escapado de la prisión? ¿Eres inmigrante?”,
asiento que si con la cabeza.

“Todos somos extranjeros aquí,
aunque vengamos de lugares cercanos,
aunque sea nuestro propio país”.

El viejo me llevo a un campamento,
lejos de la pradera, de la prisión,
de la granja donde casi caímos presos.

“Amelia no te asustes, he regresado,
traigo conmigo un nuevo amigo”.
“He visto que has vuelto sin daño,
pero este extraño ¿No será enemigo?”

Mire a Amelia y era muy bella,
mis palabras se trabaron para salir,
y tropezaron tontas para ella.

“Hace mucho tiempo no tenemos visitantes,
estás en tu casa, hasta que nos enteremos,
en donde estabas y de dónde vienes”

Pasaron los días y Amelia y su padre,
me mostraron el terreno,
las carcachas y alambres,
que arreglan para cazar sustento.

“Antes era ingeniero para la compañía roja,
los mismos que dominan la nación,
hacia circuitos de robot  y alforja,
que después provocaron destrucción”.

Dos noches después, yacía aun despierto,
sentí que Amelia entro en mi tienda,
y sin decir una palabra me dijo “Quieto”,
y me beso hasta que fue la Luna llena.
Desperté al día siguiente con Amelia dormida sobre mí,
me levante sin despertarla y me encontré al viejo mirándome,
“¿Sabes?, Amelia te ha tomado mucho afecto, no sé qué decir,
supongo que nunca había pasado tanto tiempo con un hombre”

Noto mi falta de palabras para responderle,
se acercó y puso su mano en mi hombro,
“Ojala que tuviéramos paz para irnos a Oriente,
para que pudieras ofrecérselo todo”.

Lo noche siguiente hicimos una fogata,
el viejo abrió unas latas y comimos gustosos,
la noche estaba tranquila y estrellada,
de pronto un gesto de dolor se pintó en mi rostro.

“¿Que pasa, estas bien?”,
mi brazo, me duele no sé por qué,
“Muéstrame déjame ver,
algo rojo brilla bajo tu piel”.

“¡Tienes un rastreador!,
tenemos que despejar el área,
¡Tomen este transmisor!,
¡Los veré en la zona rojinegra!”

Corrimos entre la maleza,
la oscuridad nos engullo en sus fauces,
corrimos como gacelas,
perseguidas por leones voraces.

Nos detuvimos cansados tras unos techos,
sobre nuestras cabezas escuchamos ruidos familiares,
en el aire nos buscaba un helicóptero,
mi brazo ardiendo echaba luces rojas punzantes.

“Amelia, ¿Estás ahí?” sonó el transmisor,
“¡Papa!, ¡Están sobre nosotros en el almacén!”
“¡Entren  pronto por la derecha por la puerta dos!”.

Entramos al almacén que estaba lleno de artificios negros,
“Hay una ventana del otro lado, ¡Escapemos!”,
corrimos hasta el otro lado mientras oímos pasos en el techo.

La puerta era muy angosta y solo Amelia cabía,
vete Amelia, me siguieron aquí por el rastreador,
vete que esto es mi culpa tristemente solo mía.

“Toma, mi papa sabrá que hacer,
¡No me olvides pase lo que pase!”
¡No lo hare, ahora sal y empieza a correr!.

Amelia salió por la estrecha ventana,
y desapareció en la oscuridad,
mi corazón se hizo migajas,
se hizo rabia e impunidad.

En el transmisor continuo la voz,
“Hay un arma en la oficina de la izquierda,
la puerta está abierta, busca en el cajón”.

Un escuadrón de soldados armados entro al almacén,
tome el arma del cajón y me oculte detrás del escritorio,
“Hay algo importante que debes de saber,
hay bombas en el almacén y se detonaran con un código”.

Espere atento y silencioso con el transmisor,
“Si te la digo por el transmisor se detonaran,
así que debes de deducir el  código del color,
tienes que decir la palabra “código” antes del color para estallar”.

“El color es el color del carmesí,
el color de la sangre fresca,
el color de la pasión y el frenesí,
di esa palabra y será eterna”.

Un soldado entro a la oficina,
lo tome desprevenido  y le dispare,
su compañero me advirtió desde el almacén,
y en su radio mando una transmisión ultima.

“¡Hombre abajo! ¡Repito hombre abajo!,
¡Atención todas la unidades!,
¡Código rojo! ¡Código ro..”.

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